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Setter Irlandés: Origen e Historia

Conocido por los irlandeses como «madra rua», que en gaélico significa «perro rojo», el setter irlandés siempre fue criado para la caza. Los orígenes de esta raza provienen de finales del siglo XVI. Históricamente se ha seguido con la cría de sus dos variedades: rojo, y blanco y rojo. En CurioSfera-Animales.com, te contamos el origen e historia del setter irlandés.

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Origen del Setter irlandés

A mediados del siglo XVI, John Caius publicó una obra de gran magnitud llamada De Cambus Britannicis en la que se hacía por primera vez mención a la palabra «setter». Con esta denominación se refería a un tipo concreto de perro al que, según el autor, se utilizaba para seguir el rastro de la caza sin hacer ningún ruido con los pies o con la lengua, conduciendo al cazador hasta el lugar donde se encontraban las piezas.

En el libro se describe cómo estos perros, para indicar dónde estaban las aves encamadas ejecutaban una especie de baile, con movimientos acompasados, apuntando en dirección al lugar concreto e incluso, señalándolo con su pata derecha.

La descripción del setter que se recoge en esas páginas, escritas en el año 1570, es mucho más amplia y no responde fielmente a lo que hoy se conoce como setter irlandés. Pero lo que si queda claro es que ya por aquel entonces se empezaba a utilizar a ese perro con la función concreta de mostrar y levantar la caza, trabajando a pie y, por lo general, a dúo con su guía o amo.

cuándo se creó la raza setter irlandés

De hecho es muy posible que el perro descrito por John Caius fuera el original spaniel de muestra, hoy ya desaparecido, el cual acabó influyendo después en la creación de la familia de los setters.

Y otra de las descripciones recogidas por este autor que hace pensar en la relación entre este perro y el setter actual es la referencia a su aspecto y su color. Según el autor, en la mayoría de los ejemplares era el blanco en casi todo el cuerpo, con la presencia de algunas manchas bien definidas y casi siempre rojas. Parece, por lo tanto, que la tendencia a criar perros unicolores rojos fue posterior y fruto de un pro­ceso selectivo muy bien estudiado.

En el siglo XVII se vuelven a encontrar referencias a los setters y en este caso se menciona su paren­tesco con algunos tipos determinados de spaniels. Más adelante, a principios del siglo XVIII, ya se puede hablar de que estos animales contaban con una tipología racial propia y diferenciada. También de que se empezaban a notar las diferencias entre unos perros y otros en función de su lugar de crianza.

En Irlanda existen familias que desde finales del siglo XVIII llevaban el control de su cría mediante la elaboración de un libro genealógico, como la familia Freyne, de French Park, cuyas primeras anotaciones datan del año 1793. Y al igual que sucedía en la vecina Inglaterra, parece ser que en Irlanda la raza también fue durante muchos años patrimonio de grandes y adineradas familias como lord Clancarty, lord Dillon y el marqués de Waterford.

Historia del Setter irlandés

A mediados del siglo XIX los cronistas caninos de la época hablaban de que en Irlanda predominaban los perros de color rojo, aunque también había algunos rojos y blancos, blancos y limón o blancos con pequeñas manchas en tonos marrones. Y parece ser que la predilección por los perros de color sólido se acabó convirtiendo en una tendencia cada vez más marcada y que esta elección de color tan defi­nida terminó influyendo también en el desarrollo de un tipo diferente.

Así pues, el setter irlandés rojo y blanco no es una raza nueva o que se haya creado en momentos recientes, sino que su origen coincide con el de la raza en general y hay evidencias de la existencia de perros de este tipo desde principios del siglo XVIII.

De hecho, durante un tiempo fue incluso más po­pular que el luego archifamoso setter rojo. La evidencia más clara de que desde el principio la raza era una sola, pero con dos posibles tipos de pelaje, viene reforzada por la aparición recurrente en la ac­tualidad de ejemplares con manchas blancas en los setter irlandeses rojos, especialmente en las lí­neas puras de trabajo.

En realidad, durante muchos años la preeminencia de un manto u otro no obedecía a criterios selectivos específicos.

El estilo de crianza de los perros de caza en la Irlanda de los siglos XVIII y XIX era muy particular, ya que no se daba la mezcla de líneas entre criadores, sino que los perros se criaban en grandes instalaciones propiedad de nobles y de terratenientes. Éstos, contaban con ejemplares suficientes como para no tener que recurrir a los perros de otros para establecer sus líneas.

Así, hubo determinados criadores que se decantaron por perros de una color, y otros que prefirieron la otra, pero fue simplemente con criterios utilitarios. Allá donde nacía un ejemplar muy habilidoso para la caza, su criador intentaba perpetuar el linaje en ese tono, y lo mismo sucedía con los perros rojos y blancos.

Fueron únicamente la moda y una expansión internacional mucho más afortunada las que determinaron que fueran los ejemplares rojos los que adquiriesen una repercusión pública notable. Hasta el punto de que se llegó a asociar el nombre genérico de setter irlandés con los perros de ese color, lo cual en ocasiones llevó a algunos aficionados menos expertos a pensar que los setters rojos y blancos eran una raza diferente o bien la mezcla de dos razas.

Gracias a la menor popularidad de los ejemplares bicolor, esta variedad permaneció durante muchos años circunscrita a una crianza meramente utilitaria y manejada por personas que sólo estaban interesadas en la caza y en las prestaciones de la raza para el trabajo.

Pero en la actualidad, aunque su popularidad sigue estando muy por detrás de la de la variedad roja, cada vez tiene más adeptes a escala internacional y ya no es tan habitual que se lo confunda con un setter inglés atípico.

Además, las historias acerca de problemas de comportamiento en el setter irlandés, que se dieron sobre todo en las últimas décadas del siglo XX, no afectaron a los ejemplares de la variedad roja y blanca, y todavía es fácil ver a un número importante de ejemplares cazando de manera habitual e incluso participando en competiciones y pruebas de campo.

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